lunes, 23 de noviembre de 2015

Cuando la palabra no es suficiente

O P I N I Ó N
                                                                                                                     Jesús Rojas Rivera

La política es una de las actividades humanas más complejas, los valores que giran alrededor de ella se discuten desde tiempos inmemoriales. ¿Qué es lo que vuelve a un político, un buen político?, ¿Qué lo hace malo?, ¿Qué criterio debe prevalecer en la toma de decisiones?, ¿Se debe ser justo?, ¿Se debe ser honesto?, ¿Se debe cumplir siempre con la palabra empeñada? Estas grandes preguntas siguen vigentes pero no son nuevas, la discusión sobre los valores que rodean a la política centra su atención en el objeto de estudio de la única ciencia que puede ser entendida como arte. La Ciencia Política estudia el Poder: su origen, sus relaciones, sus contrapesos, sus formas, su legitimidad, su esencia, prevalencia y extinción.

El Poder político “que no se posee, que se ejerce”, entendiendo este ejercicio como la dominación legal y legítima del Estado sobre los ciudadanos, es una acotadísima pero oportuna expresión del filósofo francés Michel Foucault que sirve para apropiarnos, en este breve texto, de una idea fundamental para lo que quiero plantearle amable lector: La apreciación de la política o lo político, está más allá de los valores con los que usted y yo fuimos educados.

¿Se puede mentir en la política? Claro que sí, los políticos mienten constantemente. Un extraño libro llamado “El arte de la mentira política” de un escritor con el seudónimo de Jonathan Swift, afirma que el ejercicio del poder solo es posible desde la mentira. Que los políticos son en realidad grandes mentirosos capaces de convencer a las masas, que las mentiras tienen una clasificación funcional y que en su conjunto las falsedades, las simulaciones, las farsas y verosimilitudes se pueden teorizar.

Sobre política se ha escrito mucho, muchísimo. Desde los presocráticos (Siglo VII a.C), pasando después por las ideas aristotélicas (320 a.C), brincando a los textos clásicos de Maquiavelo (1513) o los utópicos de Tomás Moro (1516), llegando a la crudeza del Leviatán de Hobbes (1651) donde se afirma que “ el hombre es el lobo del hombre” y sus contemporáneos pilares del racionalismo Spinoza y Descartes (1675). Y podríamos seguir brincando en siglos y en cada uno de ellos encontrar autores universales que han aportado al entendimiento de la complejidad del Poder, que han construido y destruido definiciones de política y que nos dejaron en sus textos millones de páginas para entender que el Poder –dominio- se estudia en su contexto, en su momento histórico.

Y de esos grandes autores hemos aprendido que los valores en la política son reflejo de los valores de la sociedad. Que no se pueden distanciar unos con otros, que son reflejo en el espejo de la colectividad. Que los políticos mienten porque mentimos, son corruptos porque nos corrompemos, son abusivos porque nos dejamos y no respetan la ley porque no le tenemos respeto a las leyes.

El filósofo español Fernando Savater lo dice claro: “Esa idea de que los políticos son sectarios, nos hace olvidar que los políticos somos nosotros, y que los políticos que hay ahora en ejercicio son nuestros mandados, y que si son malos, manipuladores y corruptos, nosotros tampoco quedamos en buen lugar y permitimos que manden; no nos ofrecemos como alternativa para sustituirles”.

Y regresando a nuestro pequeño, pequeñito mundo de fronteras constreñidas a 57,365km2, que por nombre llamamos Sinaloa, en nuestra realidad chiquitita, en nuestras discusiones de plazuela y cafetín seguimos debatiendo si la Ley se debe cumplir, si los políticos deben respetar su palabra, si deben o no firmar pactos de civilidad.


Siendo ellos el mal reflejo de lo que somos, es de dar vergüenza cómo los hombres y mujeres que buscan el poder en nuestro estado necesitan poner en papel lo que debieran sostener en su palabra. Es inadmisible que tengan que acordar en el comedor de una casa, lo que por obligación están mandados a cumplir. La historia nos ha demostrado que: si lo pactado necesita ser escrito para ser cumplido, el acuerdo es vulnerable. La Ley electoral está escrita y aún escrita, la han violado. Así las cosas en nuestro pequeño, pequeñito mundo, al que no tenemos ganas de cambiar. Luego le seguimos…

No hay comentarios:

Publicar un comentario