viernes, 24 de abril de 2015

Narcosecuestros

O P I N I Ó N 
                                                                                                                                                   J E S ú S   R O J A S   R I V E R A 


Se cuenta en la historia moderna latinoamericana de una Colombia a merced de Pablo Emilio Escobar Gaviria, líder del Cártel de Medellín. Las operaciones ilícitas de la organización criminal en sus tiempos "duros" generaban ganancias por más de 21 mil millones de dólares al año, aproximadamente 60 millones de dólares al día. Tal cantidad de recursos le dio a la organización criminal la posibilidad de formar un ejército de jóvenes, Escobar tuvo una fuerza armada calculada en 5 mil pistoleros a sueldo entre 1984 y 1990, tan solo en Medellín, punto neurálgico del cártel, hogar y cuna del capo; tenía a disposición más de 2 mil sicarios.

El escritor y periodista colombiano Alonso Salazar en su libro "No nacimos pa´ semilla" cuenta la historia de las bandas juveniles que se enlistaron en las filas de la mafia, la vida de los soldados de "El Patrón" arrebatados a una generación perdida. El narcotráfico lo tomó todo en Colombia: los espacios públicos, las instituciones políticas, los tribunales de justicia, la cultura, la esperanza, la tranquilidad y el futuro.

Los cárteles colombianos extendieron sus zonas de influencia redibujando constantemente las fronteras criminales, las agrupaciones delictivas predominantemente urbanas incursionaron en la selva y los pistoleros se volvieron guerrillas paramilitares que imponían ciertas reglas de convivencia y orden, generando una sensación de tranquilidad entre los habitantes de regiones donde el Estado había dejado de ejercer.

Los sueldos, las armas y el entrenamiento de las milicias paramilitares y los grupos de operación urbanos fueron financiados siempre con dinero del narcotráfico. A finales de los 80, tras la persecución de los líderes del Cártel de Medellín y el colapso de su millonario sistema financiero, la nómina del sicariato se dejó de pagar.

De un día para otro miles de pistoleros quedaron sin trabajo, fueron despedidos sin liquidación. Los sicarios: en su mayoría jóvenes ambiciosos sin elemental educación, formados a sangre y fuego, entrenados para matar y armados, quedaron en las calles a merced de su suerte. Sin opciones para salir adelante y acostumbrados a ganar lo que en un trabajo decente no podrían ni en cinco años, decidieron secuestrar y matar.

La guerra contra los cárteles de la droga, la detención y ejecución de sus principales líderes generaron el caldo de cultivo perfecto para que la muerte se pusiera barata, entre 1989 y 1991 Colombia sufrió la peor oleada de secuestros y extorsiones en toda su historia. La generación que no nació para semilla pasó del narcotráfico al secuestro.

Empresarios, políticos, artistas, deportistas, ministros de la corte, periodistas, nadie estaba exento del secuestro, el gran Cártel de Medellín se fragmentó en células de delincuencia común, Colombia vivió momentos dolorosos durante y después de la guerra contra el narcotráfico.

El estudio formal de los patrones en la conducta delictiva y los comportamientos históricos de las organizaciones criminales son parte fundamental en las estrategias de seguridad en los gobiernos que han podido revertir los índices de violencia, delincuencia e impunidad. Pareciera regla aritmética: cuando un grupo criminal pierde o ve disminuida sus fuentes de ingreso primario, procura y exploran nuevos esquemas delictivos.

Es adecuado y valdría la pena preguntarnos, sin que esto suene a declaración alarmista, ¿qué tanto de la historia colombiana nos acomoda? ¿Qué tan cerca o lejos estamos del punto sin retorno? Luego le seguimos... 

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