Jesús Rojas Rivera. Politólogo.
Viernes 2 de Mayo de 2014
No
hace muchos años Robert Mundell, (Premio Nobel de Economía 1999) lo había
predicho; España era una nación vulnerable en la creación de una “zona
monetaria única”. Los niveles de crecimiento y desarrollo de los países no se
pueden ajustar en un simple acuerdo o tratado de paridad monetaria.
Según
Mundell, cuando se plantea un modelo de moneda única en economías tan distintas
y variadas como en la Unión Europea, son dos las condiciones principales que se
deben de cumplir; A) similitud en las magnitudes económicas y B) libertad de
movimiento de los factores productivos, sobre todo en los más importantes, trabajo y capital.
En 1992
se dieron los tratados de Maastricht, en ellos, los países firmantes
acordaban entre otras cosas, mecanismos para generar convergencias económicas
principalmente en: similares niveles inflacionarios, tipos de interés
equivalentes, deuda pública menor al 60% del PIB, y un déficit público menor al
3% del PIB. Entonces todas las naciones participantes se preocuparon por
cumplir a cabalidad las restricciones acordadas, la condición primaria
planteada en el modelo no sería obstáculo para el sueño de la moneda única. En
España la burbuja comenzaba a crecer.
Pasaron los años y nadie se preocupó
por los trabajadores ibéricos, según el modelo inclusioncita; la interacción de
las fuerzas económicas darían solución a las demandas de más espacios
laborales, la política vigente mandataba subir impuestos y bajar el gasto
público, eso ayudaría a la economía de la Comunidad Europea, pero la economía
española estaría en total peligro, en el filo de la navaja.
En los primero años, el euro trajo
sensaciones de primer mundo a los españoles, sentían que su gasto diario
alcanzaba para más, los créditos se flexibilizaron y el mal del nuevo rico tocó
a la puerta. Además, las empresas comenzaron a desarrollar ambiciosos planes de
vivienda. Ante la supuesta bonanza económica, todos deberían tener “piso
propio”. Los créditos hipotecarios se dispararon y a contra sentido de la regla
del mercado, también el precio de la vivienda se fue a las nubes.
Dos reformas importantes vienen a
la memoria para explicar la crisis en España, la llamada “Ley de suelo” en 1998
y la “Reforma laboral” del 2002, en la primera se buscaba generar condiciones
atractivas para que los empresarios constructores desarrollaran viviendas y
ante el crecimiento de la oferta bajarían los costos, pero el mercado no tiene
palabra de honor. La segunda redujo los derechos de los trabajadores dando
flexibilidad en las contrataciones y la adquisición de créditos.
Los
cambios no generaron más empleo, tampoco atrajeron mayor capital a la economía española,
por el contrario, la especulación inmobiliaria hizo que los empresarios se
endeudaran con bancos de la comunidad europea, principalmente alemanes y los ciudadanos españoles hicieron lo propio
con bancos y cajas de ahorro locales. Todos en deuda y sin señales de ingreso
por ningún lado. El sueño se convirtió en pesadilla.
En
nuestra comunidad global, las desgracias económicas se comparten. La crisis recesiva
en Estados Unidos, contagió a la economía española, el mercado en un semestre mandó
a su casa a millones de españoles que desde el “paro” (desempleo) no pudieron
pagar sus múltiples créditos comenzando así la crisis más grande en la historia
de la España democrática.
Y ahora, todos en España voltean a ver las teorías de
Mundell. Nadie escuchó al científico, estaban muy ocupados construyendo chalets
y viviendo el sueño de la “eurotización”. Asimetrías económicas, la historia de
aquel pobre que vivió como rico, pero nunca, en realidad, dejó de ser pobre.
Shock del “primermundismo” lejano. Luego le seguimos.
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