Jesús Rojas Rivera/ Politólogo.
Viernes 28 de marzo de 2014
La corona de la reina no tiene
brillantes, no pesa en quilates, no la diseñaron en Milán, la corona de la
reina es generalmente parca, de oropel y fantasía. La corona puede sencilla, la reina jamás.
En Sinaloa nos gustan las
competencias de belleza, los certámenes comienzan desde la infancia. El camino,
la preparación de las reinas tiene su origen en casa, ser la más bonita es una
obligación inculcada por los padres, que llega a convertirse en una consigna de
vida.
“Las feas tienen suerte, las
bonitas no la necesitan”, “Las más bonitas atrapan marido rico”, “La belleza es
llave de mil fortunas”, este tipo de frases, poco a poco, van construyendo la personalidad
de nuestra infancia. La competencia frívola, obliga al aprendizaje del
maquillaje antes que las tablas de multiplicar, a combinar los tonos de la
paleta del maquillaje antes que la conjugación correcta de los verbos.
En nuestro estado, espacios de
competencia para medir la belleza habrá muchos durante toda la vida. Las niñas podrán
participar en certámenes escolares desde el kínder hasta la universidad, en las
fiestas patronales, en los festejos ejidales, en los carnavales, en los medios
masivos de comunicación, en agrupaciones gremiales, sindicales y grupos de la
tercera edad, en todo.
La competencia por la belleza no
es exclusiva de grupos sociales en condiciones de vulnerabilidad económica,
también las hijas de los ricos y poderosos quieren lucir corona. También las
“niñas bien” se disputan los espacios de la belleza efímera.
La subjetividad en los criterios para
la elección de las soberanas hace de estos asuntos un tema por demás complejo.
Múltiples y diversas son las formas para hacerse de un titulo de reina, desde
las absurdas valoraciones de un jurado, hasta la venta de botes de aluminio
para la obtención de “votos”. Pero, ¿Qué ganan las reinas además de la corona?
Se gana reconocimiento, estatus,
se ganan posibilidades. Las reinas de belleza dejan el espacio común, se
instalan por acuerdo tácito, en un lugar alto y bien ponderado. Escalan por la vía rápida para ascender en la marcada
verticalidad social de Sinaloa.
Las reinas sufren pero disfrutan,
están preparadas para lo bueno y lo malo que trae la banda, el cetro y la
corona. Se compite para ser la más bonita, aunque el precio de las derrotas, se
paguen con la salud psicoemocional, las concursantes entienden que esos son
daños colaterales que bien vale pagar por la fama.
Hace un par de días, Arturo
Santamaría presentó un libro sobre carnavales, reinas y narcos. Relata y
describe los espacios que gana la delincuencia organizada en los elementos
simbólicos de los certámenes de belleza. Los delincuentes las prefieren bellas
y muchas historias se cuentan sobre los romances de las reinas con capos
delincuenciales.
Ahí está el riesgo de la
banalidad cultural de los concursos, justo ahí; en la búsqueda de fines sin importar
los medios, en el menosprecio a la intelectualidad de las mujeres, en la calificación de sus atributos físicos y
superficiales sobre el resto de sus múltiples
capacidades.
Mi respeto y reconocimiento a
todas las mujeres que participan y han participado en certámenes de belleza. Y
la mayor de mis admiraciones, para las también hermosas mujeres profesionistas,
académicas, deportistas, intelectuales, artistas y empresarias, que encontraron
una manera distinta de colgarse una corona igualmente digna, la del progreso de
Sinaloa en el esfuerzos de su trabajo. Luego le seguimos.
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