Jesús Rojas Rivera
Viernes 4 de Julio de 2014
Imagine usted una sociedad
igualitaria, donde todos tengan acceso a servicios salud pública, trabajos bien
remunerados y una calidad de vida óptima. Donde se reivindiquen los derechos
sociales y se garantice la igualdad entre todos los nacionales. Bajo esos
preceptos se fundaron las dictaduras más sangrientas de las que tenga memoria
la Humanidad.
En las dictaduras, el poder
político lo ejerce una persona o un grupo de personas al margen o por encima de
las leyes, sin necesidad de rendir cuentas, ni sujetarse a los contrapesos de
poder. Generalmente las dictaduras pretenden o invocan el interés público y la
solución a los problemas comunes mediante la aplicación de modelos económicos
radicales y la restricción o supresión gradual de las libertades individuales.
Para el reconocido politólogo Norberto
Bobbio, quien presenta un esquema conceptual de la dicotomía de los términos en
la Ciencia Política, la antítesis de la democracia es la dictadura. Es decir,
todo aquello que atenta contra las libertades, el disfrute de los derechos de
los ciudadanos y las instituciones sujetas estrictamente a la norma
constitucional y legal.
Los dictadores seducen con sus
palabras, dibujan sonrisas en quien los escucha, suelen ser excepcionales
oradores, grandes maestros de la falsaria. Líderes que arrastran seguidores que
terminan convirtiéndose en fanáticos al grado de idolatría.
Benito Mussolini, el Duce, varias
veces intentó llegar al poder desde las filas del Partido Socialista Italiano.
Tomó por bastión los medios de comunicación y desde sus desafiantes columnas
planteó con rebeldía un nuevo orden social. Ganó simpatías y generalizó las
ideas del fascismo, ideología que le generó un número significativo de adeptos
denominados “camisas negras” con los cuales se hizo del poder en 1922.
Adolfo Hitler fue un líder amado
en la Alemania de los treinta, llegó al poder con el apoyo del Partido
Nacionalista Obrero Alemán, igual que otros dictadores era un elocuente orador
que no tardó en ganar simpatías con sus atinados discursos. Prometió en sus
campañas impulsar un nuevo orden de justicia e igualdad para los alemanes
naturales del pueblo germánico. Mediante la exaltación del antisemitismo y
anticomunismo unió a los alemanes con un programa de propaganda de probada
eficiencia.
Durante el gobierno nazi que
encabezó, eliminó a más de 6 millones de personas en su mayoría judíos. El
genocidio más grande del que se tenga conocimiento en la historia de la
humanidad lo ordenó un hombre sin límite de poder, con el respaldo de un pueblo
adoctrinado y fanatizado con ideas de bienestar y progreso, sumadas a un odio
racial por todos aquellos diferentes a los suyos.
Del mundo moderno Lenin el hierro
comunista, Stalin el playboy georgiano, Mao el tigre asiático, Francisco Franco
el autócrata español, Pinochet el rastrero de la Moneda, Fulgencio Batista el
todopoderoso cubano depuesto por Fidel Castro quien al tiempo también se
volvería dictador, Saddam Hussein el represor iraquí, Mubarak el nuevo faraón
del Egipto, Gadaffi el socialista islámico, Videla y Perón los argentinos
autócratas, Manuel Antonio Noriega el totalitario de Panamá, los Somoza de
Nicaragua, Tiburcio Carias el asesino hondureño, José Antonio Paéz el
secuestrador de Venezuela y el siempre nuestro don Porfirio Díaz. Entre otros.
Resulta increíble que a pesar de la sangrienta
evidencia que nos ha dejado en la Historia el fantasma de las dictaduras,
jóvenes mexicanos tengan afinidad por dichas ideologías. Tal vez sea como dice
un colega politólogo que; “Los atrae la elegancia de sus
uniformes, su disciplina castrense, el glamour de sus condecoraciones, lo regio
de la vida que proyectan junto con su ideología combativa, romántica y
seductora, de ahí lo atractivo para una juventud que navega sin sentido del
mundo ni de su historia, atrapada en un relativismo amorfo, donde la ideología
política de su patria, de su partido, religión o sociedad, no le dan alicientes
ni certeza existencial para interpretar el mundo y su circunstancia”. Luego le seguimos.
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