viernes, 1 de agosto de 2014

La importancia de aprender historia

Jesús Rojas Rivera/ Politólogo.

 Viernes 21 de marzo de 2014

Ese día, llegó como siempre, con un café humeante y oloroso. “Adelante bellacos, tomen sus asientos, que aquí sobran pupitres y faltan alumnos”, nos dijo. “En China la cosa es al revés, sobran alumnos, faltan pupitres, libros, comida, y todo, falta todo, menos ganas de aprender, esas sobran”, nos dijo con un dejillo de orgullo en sus palabras.

El Dr. Jorge Cereceda, doctorado en la China comunista de Mao, exiliado chileno, mi profesor de Historia Universal, nunca comenzaba su clase sin hablar de los problemas del mundo. “Un politólogo debe de ser un enterado, un conocedor de su entorno moderno, pero no solo de la modernidad, también del pasado, de nuestro origen común, los problemas de hoy fueron los de ayer y serán los de mañana, con otros actores, lugares, y por otras causas, pero los mismos; la desigual distribución de la riqueza y la lucha por el poder político, esa cosa que ustedes estudian”. 

Ese día inolvidable nos contó la historia, su historia. Sin precisión en fechas, yo la supongo entre septiembre y octubre de 1973 en Santiago de Chile. Consumado el golpe, los leales y círculos cercanos del Presidente depuesto, corrían peligro de muerte. Iniciaba una cacería contra partidarios y funcionarios del gobierno de Salvador Allende. Él trabajaba en una fundidora de acero, poco antes nacionalizada, y coordinaba una liga pequeña pero radical de trabajadores socialistas. Enterado de la traición de Pinochet y los generales a quién llamaría "los rastreros", telefoneó con su mujer confirmando así los temores, ya lo habían ido a buscar un destacamento militar que a punta de fusiles allanaron su casa. Tenía orden de captura.

Debía actuar rápido, con determinación y astucia. Supo de otros compañeros que habían caído presos; los menos torturados, los más ejecutados. “Si cada trabajador chileno hubiera tenido un fusil e instrucción militar, el golpe no se hubiera consumado”, decía con lágrimas en los ojos. Los madrugó la CIA, los traicionaron los cobardes, esos que lo perseguían sin tregua. Y buscó asilo en las pocas embajadas que quedaban abiertas. Saltó una barda, y por obra del azar, porque Dios no participa en golpes militares, cayó en tierra mexicana cuando la diplomacia era otra, una de mayor respeto.

“Me cambiaron por azufre” nos contó. México pagó el rescate a manera de trueque, Luis Echeverría Álvarez, Presidente en tiempos de la “dictadura perfecta”, salvó la vida de muchos chilenos que encontraron refugio en la embajada, después llegaron a nuestro país decenas de intelectuales, académicos, artistas, deportistas, empresarios y políticos, todos buscando refugio a la infame dictadura. 

“Deben aprender historia para no cometer errores, al menos para no cometer los mismos”, eran las palabras de nuestro profesor. A su manera, y advertidos por él mismo de la subjetividad de sus historias, nos habló sobre la Revolución Francesa, la Revolución Industrial, la Independencia Americana, la crisis de los misiles, del exterminio mapuche, de la perestroika y la glasnost, de el origen del hombre y su evolución, la organización social primitiva, la guerras púnicas, las primeras creencias religiosas y el origen histórico del poder político, entre muchos pasajes más.

“Que nadie diga que sabe de política, sin saber de historia”, recalcaba con severidad, y nadie decía nada en su clase, precisamente porque el profesor Cereceda impartía una cátedra profunda, reflexiva y rebelde. Retaba a todos, retaba al juicio de la Historia común, a la vulgaridad del mito histórico construido desde la oficialidad. Saber de Historia no era memorizar fechas, nombres y lugares. Para el profesor saber de historia era poder entenderla para poder contarla. “Y sabrán de historia cuando sean capaces de contarla sin olvidar los detalles importantes”.

Hace cuatro años que el Dr. Cereceda se fue sin vuelta. Yo tuve la oportunidad de agradecerle sus enseñanzas en mis últimos días de estudiante en Guadalajara. Le dije gracias por haber sembrado una semilla en forma de duda, él sonriendo contestó “Fue un placer bellaco”. Lucio Séneca, el filósofo, dijo alguna vez que; “enseñar es un ejercicio de inmortalidad”. Con mucho cariño, como un recuerdo de sus anécdotas y enseñanzas. Luego le seguimos…

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